Estaba sentado solo junto a una pared y casi mimetizado con esta, pues parecía que nadie más le prestaba atención, ni siquiera la chica que supuestamente le amaba. Me acerqué lentamente y en silencio hasta donde él se encontraba y cuando estuve de pie junto a él, me agaché hasta quedar en cuclillas a su lado derecho.
-¿Cómo estás? ¿Por qué estás aquí sentado tan solo?
No volvió la mirada, pero sentí que se daba cuenta de mi presencia, pues me extendió un auricular para que yo pudiese escuchar la canción que en ese momento pasaba por su mente, alma y corazón; y así poder conectarme con sus sentimientos, o al menos eso creía yo de lo último. Me lo puse y escuché una agradable canción que no recuerdo haber escuchado antes.
Mientras, me senté justo a su lado con el dorso junto a la pared y las piernas en ángulo frente a mí. Escuche la canción tratando de prestar atención a cada una de sus palabras, así debió de ser, pues, algo de aquella canción me conmovió. Quizás fue la letra, tal vez la música o la bella concordia entre ambas, no lo sé.
Recosté mi cabeza en su brazo pensando en eso y casi instintivamente lo levantó y lo colocó rodeándome en un tierno abrazo pero quedándose tan quieto como antes. En ese momento me di cuenta de algo que no logro comprender. Me di cuenta que estaba frío, que al tacto de su piel con la mía era como que si yo estuviese en llamas; claro que eso no podía ser pues no recordaba estar enferma, todo lo contrario, me sentía muy saludable y llena de energía positiva.
Quise darle un poco de calor y me acerqué un poco más rodeando su cuello en un cristalino abrazo sin más intenciones. El correspondió estrechándome contra sí, esta vez con ambos brazos y una vez más quedándonos tan quietos como una estatua y casi sin importarnos el mundo, pero digo casi, pues tuve una ráfaga de lucidez sobre la realidad que nos rodeaba y pude sentir la avasallante mirada de la chica que supongo que sería su novia, sobre mí; pero al mismo tiempo sentí que no debía preocuparme por ella, pues sabía que no tenía auténticos propósitos de interrumpirnos, así que no volví a preocuparme por ella.
Mientras me acomodaba en su pecho tan extenso y viril como siempre lo he hecho según mis evocaciones de nuestra larga y especial amistad que ya disfrutaba de un par de años floreciendo. Allí caí en la cuenta que aunque él no es mi príncipe azul de cuento de hadas, pues realmente no era ese caso, si era mi mejor amigo y una parte importante de mi espíritu que necesitaba un poco de mi cariño de vez en cuando.
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