Desde hace tiempo he tenido el gusto de interesarme por la cultura teatral de algunas ciudades emblemas del mundo. Esta noche les contaré por qué.
El Carnegie Hall de la ciudad de Nueva York es precisamente una de las salas de conciertos más hermosas que habría podido imaginar en sueños, no solo por su arquitectura y diseño, sino también porque ha sido espectador atento y silencioso, que ha tenido el gusto de apreciar a grandes músicos e intérpretes que han pasado por su escenario.
El día que tuve la oportunidad de conocerlo, la ciudad se encontraba bajo la influencia de un frío clima, creo que nevará pronto. Aún así las calles de la ciudad se encuentran tan atestadas de personas y carros como si estuviésemos en pleno verano. Pero pronto el cielo se oscurece y espero que me de tiempo de llegar al hotel donde me hospedo sin mojarme.
Para mi mala suerte, me encuentro en la Séptima Avenida, a unas dos manzanas de mi destino cuando una lluvia de granizo paraliza un poco el ritmo de la ciudad. Como no es seguro seguir caminando bajo esas condiciones, decidí refugiarme en este precioso lugar. Así medio empapada decidí entrar a buscar un poco de abrigo, además aprovecho el tiempo y conozco un poco la historia de esta hermosa construcción.
Cuando llegué a la puerta del Auditorio Isaac Stern, me di cuenta que este era realmente el más grande de los tres que componen el Hall. De igual manera el más bello, con su sala llena de butacas rojo oscuro, un techo surcado por luces formando círculos concéntricos y un bello escenario en donde debía dar gusto presentar alguna obra de teatro.
En el centro del escenario se encontraba el más bello piano de cola que yo había tenido la oportunidad de ver, negro y brillante aún cuando el lugar no se encontraba iluminado en todo su esplendor. Sentado estaba un caballero que practicaba con mucho afán, como si se estuviese preparando para el recital de su vida. He de suponer que su concentración era tan grande que ni se dio cuenta de mi presencia, a pesar de haberme sentado en la tercera o cuarta fila para poder apreciar aquella magistral interpretación.
Una de las últimas melodías me llamó mucho la atención, pero por más que me esforzaba no podía recordar en dónde la había escuchado antes, de lo único que era capaz de sentir eran aquellas notas que estremecían mi alma, en algún momento una lágrima de tristeza recorrió mi mejilla pues me sentía impotente ante la mala jugada que me estaba haciendo la memoria, quizás por eso y por el dramático final de aquella melodía, no fui capaz de reprimir los aplausos al finalizar aquella interpretación.
Aquel caballero claramente creyó que se encontraba solo, ya que se sobresaltó al notar la presencia de otra persona en el recinto. Con un marcado tono de ansiedad en su ronca voz preguntó al aire:
- ¿Quién está allí? ¿Quién le autorizó la entrada?
- Disculpe usted, no quise molestarlo, la puerta estaba abierta y yo estaba conociendo el lugar -respondí asustada por tan áspero comentario -Sus interpretaciones han sido hermosas, pase una linda tarde.
- Madame... disculpe mi falta de educación -su voz seguía sonando áspera, pero se notaba que estaba tratando de ser educado -Si usted gusta puede quedarse a escuchar.
-He de aceptar con gusto su invitación si disculpa mi intromisión, no he querido interrumpir vuestra interpretación.
Volvió a sentarse frente al piano y yo en la butaca en que me encontraba. Un par de melodías hicieron que mis lágrimas rodaran sin control, ya que muchas traían recuerdos de momentos importantes de mi vida demasiado extensos para mencionarlos en este momento. Una de mis interpretaciones favoritas, Tennesse de Hans Zimmer, me recordó una de las películas más conmovedoras que he visto, Pearl Harbor.
Aquella dramática melodía fue la última que interpretó antes de cerrar el piano y quedarse un momento sentado y en completo silencio. Sin saber muy bien que hacer, decidí levantarme y despedirme pues sentía que ya había interrumpido demasiado en aquel lugar.
- Esperé... aún me siento culpable por el mal momento que le hice sentir. ¿Sería usted tan amable de acompañarme a tomar un café?
Dudé por un momento antes de pensar que nada tenía que perder, así que acepté.
-Entonces ¿me podría hacer el favor de subir al escenario, me resulta más sencillo salir por la parte de atrás.
Así lo hice, luego me mostró la salida y cuando nos encontramos en la calle, me di cuenta que aquella tormenta había terminado hace buen rato, a pesar del cielo que aún se mostraba bastante sombrío. Caminamos hasta un Starbucks a unas dos cuadras de distancia.
Mi sorpresa fue ver salir al caballero con un bastón en la mano, en ningún momento había sospechado que no podía ver. Luego de desdoblar el bastón me explicó que no era ciego de nacimiento, sino que un cáncer le había ido quitando progresivamente la vista.
-Ahora aún logro distinguir sombras y he aprendido a reconocer con otros sentidos el lugar donde me encuentro, por eso no me has visto utilizando este molesto aparato en el teatro, he memorizado cada rincón.
- ¿Puedo preguntarte desde hace cuanto tiempo has debido aprender a lidiar con eso?
- Es una historia triste, hace unos ocho años perdí en un trágico accidente a mi esposa y a mi hijo de dos años. Tanto ha sido mi desconsuelo desde entonces que mi cuerpo ha reflejado ese dolor en un cáncer que poco a poco me nubla la vista.
- Entonces la música se vuelve una especie de refugio para enfrentar la realidad...
- Exactamente, pero me he vuelto demasiado temperamental, a veces no logro controlar mis cambios de humor, ya lo has apreciado hace rato...
- No fue mi intención interrumpirlo, solo me emocionó su interpretación, a pesar de no ser capaz de recordar el nombre de la melodía ni el lugar donde la he escuchado antes.
- No se donde has escuchado la melodía pero si puedo decirte que pertenece a Amadeus Mozart, Piano Concerto No.21
Como un golpe a la memoria recordé donde había escuchado aquella melodía. La interpretaba el profesor que tuvo la paciencia de enseñarme a tocar piano, el fue un pianista brillante, al igual que el que me acompañaba a tomar un reconfortante café en este momento. Es una lastima que yo no fuera la alumna más perseverante, pero hoy me arrepiento de no haber sido disciplinada, pues recuerdo que Don Manuel creía firmemente que yo podía brillar en grandes escenarios alrededor del mundo. Es un recuerdo agridulce para la memoria.
Desde entonces asisto regularmente a las presentaciones y conciertos en aquel mágico lugar aún después de la muerte de mi recordado amigo el pianista. Y aún trato de saber que fue de mi profesor de infancia, Don Manuel... aunque creo que es una ilusión difícil de cumplir, no pierdo las esperanzas.
Para mi mala suerte, me encuentro en la Séptima Avenida, a unas dos manzanas de mi destino cuando una lluvia de granizo paraliza un poco el ritmo de la ciudad. Como no es seguro seguir caminando bajo esas condiciones, decidí refugiarme en este precioso lugar. Así medio empapada decidí entrar a buscar un poco de abrigo, además aprovecho el tiempo y conozco un poco la historia de esta hermosa construcción.
Cuando llegué a la puerta del Auditorio Isaac Stern, me di cuenta que este era realmente el más grande de los tres que componen el Hall. De igual manera el más bello, con su sala llena de butacas rojo oscuro, un techo surcado por luces formando círculos concéntricos y un bello escenario en donde debía dar gusto presentar alguna obra de teatro.
En el centro del escenario se encontraba el más bello piano de cola que yo había tenido la oportunidad de ver, negro y brillante aún cuando el lugar no se encontraba iluminado en todo su esplendor. Sentado estaba un caballero que practicaba con mucho afán, como si se estuviese preparando para el recital de su vida. He de suponer que su concentración era tan grande que ni se dio cuenta de mi presencia, a pesar de haberme sentado en la tercera o cuarta fila para poder apreciar aquella magistral interpretación.
Una de las últimas melodías me llamó mucho la atención, pero por más que me esforzaba no podía recordar en dónde la había escuchado antes, de lo único que era capaz de sentir eran aquellas notas que estremecían mi alma, en algún momento una lágrima de tristeza recorrió mi mejilla pues me sentía impotente ante la mala jugada que me estaba haciendo la memoria, quizás por eso y por el dramático final de aquella melodía, no fui capaz de reprimir los aplausos al finalizar aquella interpretación.
Aquel caballero claramente creyó que se encontraba solo, ya que se sobresaltó al notar la presencia de otra persona en el recinto. Con un marcado tono de ansiedad en su ronca voz preguntó al aire:
- ¿Quién está allí? ¿Quién le autorizó la entrada?
- Disculpe usted, no quise molestarlo, la puerta estaba abierta y yo estaba conociendo el lugar -respondí asustada por tan áspero comentario -Sus interpretaciones han sido hermosas, pase una linda tarde.
- Madame... disculpe mi falta de educación -su voz seguía sonando áspera, pero se notaba que estaba tratando de ser educado -Si usted gusta puede quedarse a escuchar.
-He de aceptar con gusto su invitación si disculpa mi intromisión, no he querido interrumpir vuestra interpretación.
Volvió a sentarse frente al piano y yo en la butaca en que me encontraba. Un par de melodías hicieron que mis lágrimas rodaran sin control, ya que muchas traían recuerdos de momentos importantes de mi vida demasiado extensos para mencionarlos en este momento. Una de mis interpretaciones favoritas, Tennesse de Hans Zimmer, me recordó una de las películas más conmovedoras que he visto, Pearl Harbor.
Aquella dramática melodía fue la última que interpretó antes de cerrar el piano y quedarse un momento sentado y en completo silencio. Sin saber muy bien que hacer, decidí levantarme y despedirme pues sentía que ya había interrumpido demasiado en aquel lugar.
- Esperé... aún me siento culpable por el mal momento que le hice sentir. ¿Sería usted tan amable de acompañarme a tomar un café?
Dudé por un momento antes de pensar que nada tenía que perder, así que acepté.
-Entonces ¿me podría hacer el favor de subir al escenario, me resulta más sencillo salir por la parte de atrás.
Así lo hice, luego me mostró la salida y cuando nos encontramos en la calle, me di cuenta que aquella tormenta había terminado hace buen rato, a pesar del cielo que aún se mostraba bastante sombrío. Caminamos hasta un Starbucks a unas dos cuadras de distancia.
Mi sorpresa fue ver salir al caballero con un bastón en la mano, en ningún momento había sospechado que no podía ver. Luego de desdoblar el bastón me explicó que no era ciego de nacimiento, sino que un cáncer le había ido quitando progresivamente la vista.
-Ahora aún logro distinguir sombras y he aprendido a reconocer con otros sentidos el lugar donde me encuentro, por eso no me has visto utilizando este molesto aparato en el teatro, he memorizado cada rincón.
- ¿Puedo preguntarte desde hace cuanto tiempo has debido aprender a lidiar con eso?
- Es una historia triste, hace unos ocho años perdí en un trágico accidente a mi esposa y a mi hijo de dos años. Tanto ha sido mi desconsuelo desde entonces que mi cuerpo ha reflejado ese dolor en un cáncer que poco a poco me nubla la vista.
- Entonces la música se vuelve una especie de refugio para enfrentar la realidad...
- Exactamente, pero me he vuelto demasiado temperamental, a veces no logro controlar mis cambios de humor, ya lo has apreciado hace rato...
- No fue mi intención interrumpirlo, solo me emocionó su interpretación, a pesar de no ser capaz de recordar el nombre de la melodía ni el lugar donde la he escuchado antes.
- No se donde has escuchado la melodía pero si puedo decirte que pertenece a Amadeus Mozart, Piano Concerto No.21
Como un golpe a la memoria recordé donde había escuchado aquella melodía. La interpretaba el profesor que tuvo la paciencia de enseñarme a tocar piano, el fue un pianista brillante, al igual que el que me acompañaba a tomar un reconfortante café en este momento. Es una lastima que yo no fuera la alumna más perseverante, pero hoy me arrepiento de no haber sido disciplinada, pues recuerdo que Don Manuel creía firmemente que yo podía brillar en grandes escenarios alrededor del mundo. Es un recuerdo agridulce para la memoria.
Desde entonces asisto regularmente a las presentaciones y conciertos en aquel mágico lugar aún después de la muerte de mi recordado amigo el pianista. Y aún trato de saber que fue de mi profesor de infancia, Don Manuel... aunque creo que es una ilusión difícil de cumplir, no pierdo las esperanzas.
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