martes, 22 de marzo de 2011

Atardecer en Granada

Hace un par de meses, me encontraba cansada de la rutina de mi vida, de los problemas cotidianos que últimamente me dejaban un sabor cada vez más amargo que de costumbre. Me sentía prisionera de mi propia vida y por primera vez contemplé la imperante necesidad de huir de mi vida diaria.

Casi sin pensar decidí que debía irme de viaje, pero era importante que mi única compañía fuese mi soledad, no soportaría sentir ninguna atadura como las que me asfixiaban cada día, por lo tanto no había espacio para otro tipo de compañeros. Arreglé mis cosas lo mejor que pude, tratando de convencerme que todo caminaría bien durante mi ausencia. Así que cuando sentí suficiente confianza como para no preocuparme, tomé una mochila y deposité las cosas esenciales para unos diez días; tenía que ser realista, no podría dejar mis responsabilidades por mucho tiempo sin preocuparme. Eso sí, en la mesa de noche de mi habitación quedaron mis teléfonos, mi laptop, mi iPod y todo objeto que pudiera estropear mi escapada de la realidad.

Salí de casa, tomé un taxi y le pedí que me llevara a la terminal de autobuses. Al llegar allí, un vivaz muchacho vociferaba algunos de los posibles destinos. Aún no puedo asegurar porque me llamó la atención subir a un bus que partía hacia Nicaragua, pero decidí que salir de las fronteras del país, era exactamente lo que yo buscaba, romper con mis propios paradigmas.

Subí a aquel lustroso autobús celeste y me acomodé en una línea vacía de asientos. Me senté junto a la ventana y coloqué mi mochila en el otro, como si en realidad estuviese esperando a alguien más. Con un poco de suerte, el autobús partió sin esperar a que todos sus asientos fuesen ocupados.

El viaje fue largo y sin más escalas que las necesarias en cada frontera, creo que al final fueron un poco más de ocho horas, aunque no podría estar segura por dos motivos importantes: El primero, dormí durante mucho tiempo y segundo, recordé que mi reloj había quedado en mi mesa de noche, olvidado sin intención.

El destino final era una hermosa ciudad colonial, Granada. No podía estar más feliz con mi decisión, ya que tendría tiempo para hacer turismo cultural. Cuando llegué calculo que eran alrededor de las cuatro de la tarde; al bajar del autobús tomé un carruaje tirado por dos caballos de color café oscuro. Pedí al conductor que me mostrara algunos hostales de la ciudad que estuvieran cerca de los lugares turísticos más importantes.

Me mostró dos, pero uno de ellos me dejó encantada. Se llamaba hostal Oasis, y según entendí, nos encontrábamos a unas cuadras del Parque Central. Pagué al cochero y entré a registrarme. Apenas me instalé en la habitación decidí tomar mi cámara, mi cuaderno y mi lápiz pues quería dar una vuelta por los alrededores antes del atardecer. Pregunté en recepción la manera de llegar a algunos lugares de los que había escuchado o leído en algún momento de mi vida. Con mucha amabilidad me explicaron y luego me desearon un placentero viaje, recordándome que a partir de las siete yo podía  tomar mi cena, sonreí y me despedí.

Caminé apenas un par de minutos maravillada por la belleza del empedrado, de las lámparas, de la colorida arquitectura, la plaza de la Independencia cuando llegué a la catedral de la ciudad. Fotografié la fachada y entré. Di las gracias por un buen viaje y me detuve a observar los detalles arquitectónicos. Minutos más tarde salí y caminé de regreso a la plaza.


Caminé y tomé un par de fotografías a un grupo de niños jugando y riendo alegremente, a una pareja de amorosos ancianos sentados en una banca mientras observaban el atardecer y esperaban las estrellas, a un perro de pelaje completamente blanco que dormía plácidamente en forma de ovillo. Llamó mi atención un grupo de bohemios que vendían suvenires, me detuve a observar sin mayor interés hasta que un collar llamó mi atención, el dije era una piedra ámbar con un hermoso tallado; uno de los vendedores se dio cuenta de mi interés por el objeto. Lo tomó y me lo mostró a contraluz, allí me di cuenta que en el interior de aquella piedra había quedado fosilizada una hormiga que cargaba un pequeño objeto, una piedra quizás.
         -Este dije simboliza la fuerza del espíritu
         -¿En qué forma?
         -La hormiga es la única capaz de levantar objetos mucho más pesados que ella y transportarlos por grandes distancias solo para tener la certeza que durante el invierno de su vida, tendrá calidez a su alrededor y la posibilidad de sobrevivir.

Compré el collar y regresé al hostal, pedí mi cena, una copa de vino, un pedazo de un dulce pastel de chocolate y aún estoy aquí sentada junto a la piscina, escribiendo esta historia y esperando a ver que tiene preparado para mí el día de mañana…

3 comentarios:

  1. Mi parte favorita es la del pastel de chocolate, una copa de vino y la cena. Me encanto la forma en que describes la ciudad, el viaje y también los objetos olvidados. El iPod si hubiese sido necesario al menos para el viaje o para agregar música a la aventura. Por experiencia conozco la ciudad y me imagino el paisaje que has de estar viviendo. Como es de esperarse y no es para menos, muy buen trabajo Felicidades.

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  2. nada mas espera a que la historia empiece ;)

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