Han pasado veintidós años desde la última vez que estuve en este lugar. Mis padres aún estaban vivos, yo aún era una niña preocupada solo por sus juegos inocentes que vivía feliz en un mundo lleno de muñecas traídas hasta de los más recónditos lugares del mundo.
Vivíamos en esta adorable casa de mis ancestros, el casco de una desaparecida hacienda cafetalera. La portezuela de entrada me recuerda mucho a los cuentos de Hans Christian Andersen que solía contarme el abuelo, elaborada completamente con madera de un viejo pino que cayó luego de una de las primeras tormentas invernales del año en que yo nací. El dintel de la portezuela tiene tallado un Conacaste, según mi padre mandado a tallar por el abuelo, como un detalle para la abuela que añoraba el árbol de juegos de su infancia.
Al subir un par de escalones de piedra esta la casa, mi casa... que aún conserva la magia de la intemporalidad, a pesar de los años de soledad al que la sometimos, el fiel portero hizo su trabajo durante todo este tiempo, sin esperar nada a cambio.
El piso de los corredores se encuentra pulcro y lustroso como exigieron cada uno de los señores que tuvo esta casa en el paso de una generación a otra. Las luces tenues de la elegante sala principal, los muebles de cafeto, los cristales del ventanal, los candelabros de las mesas, todo esta intacto. Encuentro un grupo de fotografías que no recordaba en la mesa de cristal más próxima al ventanal, la foto de bodas de mis abuelos y la de mis padres también me provocan una sensación fuerte de tristeza y vacío pues últimamente siento con fuerza la realidad de ser el último miembro de esta estirpe.
De repente, la misma tristeza me produce una sensación de ahogo, recorreré el resto de la casa después, necesito salir de aquí. Cómo no me interesa ni que el portero me vea en estas condiciones, debo ocupar toda mi voluntad para reprimir las lágrimas mientras me alejo por la antigua carretera que lleva a los patios donde se asolea el café.
Un poco antes de llegar a la casa del administrador, encuentro el jardín de bastones del emperador dónde paseábamos con mi madre, mientras mi hermana nos observaba sentada a la sombra de un árbol cercano. Busqué ese lugar y me senté a descargar mis emociones... ¡habían pasado tantas cosas desde entonces! Mis abuelos habían muerto antes de irnos, pero poco tiempo después mis padres habían perecido en un accidente aéreo cuando viajaban a visitar a mi hermana recién graduada de una prestigiosa escuela naval. Recuerdo que no pude asistir por encontrarme tan delicada de salud por culpa de una pulmonía por el trabajo invernal, que el médico de la familia me había prohibido salir incluso del pueblo.
Mi hermana menor no pudo superar la tristeza de la situación, por lo que me escribió para avisarme que se había enlistado como voluntaria médica para asistir a los heridos de una guerra en medio Oriente. Recuerdo que el corazón me dio un vuelco de pánico al leer aquellas líneas donde era perceptible la rabia y la culpabilidad por la muerte de nuestros padres debido a la visita que planeaban hacerle. Me preocupé por la vida de mi hermana tanto como mi salud me lo permitió, pero tuve que hacerme la idea que pensara lo que pensara, no había forma de disuadir a mi hermana de su decisión, además no tenía un medio de comunicación tan eficaz como para comunicarme con ella antes que partiera.
Mantuve poca comunicación con ella, debido tanto a nuestras circunstancias, a la distancia física que nos separaba, como al endurecimiento de su corazón después de aquella pérdida y supongo que al igual por las difíciles condiciones que solo puede entender aquella persona que ha vivido en carne y alma las atrocidades de un frente de batalla. Poco a poco dejaron de expresarse cualquier tipo de sentimientos entre nuestras líneas y nuestra comunicación se limitó a la frialdad de expresión del desarrollo del patrimonio familliar y a las narraciones de terror de aquellas lejanas tierras.
Entre lágrimas de recuerdo me quedé medio dormida, me levante poco antes del atardecer y continué caminando, terminaré de comentar los detalles de la propiedad en otro momento pues acabo de llegar al túnel de orquídeas que me trae de regreso a casa, y que mágicamente me transportaría de regreso al pasado, de una manera tan real que hasta podría tocarlo. Cuando recuperé el aliento, continuaré este relato.